14.8.06

omnipresencia



siempre tengo la tendencia a escapar. nunca puedo estar en el mismo lugar, o con la misma gente, por mucho tiempo. esto representa una verdadera desventaja en mi línea de trabajo, la cuál requiere estar en el mismo sitio, haciendo lo mismo y con la misma gente por mucho tiempo. después de un año en esta batalla de la escuela graduada y de intentar aportar algo original al pensamiento científico a nivel mundial, puedo decir que me he adaptado a esta inclemencia lo mejor que he podido. sin embargo, todos los días, como a eso de las tres de la tarde, me vuelvo un ocho. no puedo pensar, tengo hambre y me apesta la gente de mi laboratorio. así que tengo un reloj biológico que me dice que es hora de irme por un ratito a satisfacer mi apetito voraz y mi dependencia de la nicotina. las condiciones idóneas de este receso es total aislamiento, especialmente de los estudiantes de la facultad, con mi música, mis cigarrillos, un café y algo rico de comer. luego regreso y estoy como nuevo.

lamentablemente, esta técnica no funciona muy bien. muchas veces tengo que seguir corriendo experimentos a esta hora. otras veces tengo reuniones. pero lo peor es que los estudiantes de mi facultad son omnipresentes. no importa a que lugar apartado de la uni me retire, siempre hay alguien ahí; alguien que me quiere saludar y darme plática, y que tose como un tuberculoso por mi humo de cigarrillo. tal parece que este poder es asignado por dios a las personas más desagradables que conozco, lo cual tiene mucho sentido, porque dios es el primer desagradable. y luego no encuentro cómo explicarle a esa persona que me gustaría que se fuera, que no es personal, pero que necesito downtime o de otra forma mis experimentos no van a funcionar y voy a estar de malhumor cuando vea a mi mengano en la noche.

justo cuando pensé que la situación no podía ser peor, murphy me probó mal, otra vez. escogí un café dentro del hospital de la uni, ya que ahí no me encontraría con nadie. luego me dirigiría a mi árbol, apartado de todos y cerca del hospital infantil. no me encantan los niños pero la mayoría están tan enfermos que no pueden salir, así que es muy tranquilo. en la fila del café, al son de cosas imposibles de gustavo cerati, me encontré con mi jefe. si, mi jefe, el hombre que determina cuando aporté suficiente y me dan el grado. y quería hablar, hablar de todo. desde mis experimentos, lo emocionado que está con mi trabajo y conmigo, de si me siento incómodo en la facultad por ser maricón, de por qué no fui a la fiesta de verano el sábado. y yo solo quería respirar, no pensar, contemplar. en su lugar tuve que contestar preguntas que no me interesa contestar y fingir una sonrisa en el proceso. una vez mi jefe terminó su interrogatorio, el sugirió volver al laboratorio. y así lo hize, porque el manda.

la idea del café en el hospital queda eliminada. perdí mi árbol. estoy de un humor terrible.

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